Y terminó el largo festivo que poco tuvo de fiesta. Y nuevamente esta mañana me levanté para trabajar. Y lo hice con ánimo, mal que mal, no quería seguir en el descanso eterno. Y estos días en casa, me hacen cuestionar cuáles son mis ideas de casa, de familia, y de vida, y cómo esas voces pueden acallarse en las rutinas diarias, en el día a día, porque simplemente, no hay tiempo para pensar... Y claro, ni la cueca, ni la guaracha ni el reggaetón, ni siquiera Madonna, me sirvieron para cambiar la cara. El carrete en sí mismo no basta. Extrañé una enormidad a mi madre, a miles de kilómetros de distancia y nuestras rutinas diciocheras. Extrañé mi espíritu festivo, el mismo que me hacía alucinar con la llegada de cada Septiembre. Y me da rabia no poder dar vuelta las páginas de este libro abierto que es mi vida, y que sin embargo se queda pegado en los mismos capítulos. Y llegué temprano a la pega y estaba sola. Hasta que a las doce ya estaban tod@s otra vez, y de nuevo la rutina, las mismas tareas, que acallan mis contradicciones y me sumen nuevamente, volcando las energías y las ganas en otros temas, otras vidas, otros rumbos...
