
Lo que sigue a estas líneas es la más pura pelada de cable, pero hay algo que nunca me ha dejado de llamar la atención: los nombres de las botillerías. Primero: no hay barrio que no tenga al menos una, que a ratos, es el espacio de encuentro, en su interior, o sus alrededores. En Valpo al menos, los que las atienden se caracterizan por su carisma, siempre tienen la talla a flor de labios, la tele sintonizada en las noticias o en los partidos de fútbol, y en general, uno se sabe el nombre del dueño del boliche.
Ya sea en los lugares donde he vivido (muchos, tengo alma de Yesenia*), o los terrenos recorridos, o los barrios visitados, tienen su local: "El Cielo", "La Fama", "El Amigo", "El socio", "La conquista", entre otras. Puros nombres winner.

En el lugar en que vivo, había dos botillerías en disputa. El dueño de una era colocolino, y el otro, wanderino. El albo tenía la mega botillería, y el caturro una pequeña, casi sin refrigeradores, con estantes de colores, bien típica. Como en este sector la gente es verde, decían que iban a arruinar al Colocolino. Sucedió al par de años, el caballero que sacaba pica con cada triunfo y sufría bromas de distinto calibre con las derrotas, un buen día bajó la cortina de su mega local. Al poco tiempo, el wanderino se tomó el lugar, agrandando su negocio y sustituyó los estantes de colores por grandes refrigeradores, poster de Pamela Díaz, helados, picadillos varios y algo más. Fue un triunfo comunitario, decían. Los que se paraban afuera de la botillería decían que habían logrado su objetivo, que David le había ganado a Goliat, que eran fieles a "Manolito". Yo juraba que así era, y pensaba que claro, en Chile no se puede tomar posiciones en política, religión ni fútbol. Menos si hay un copete de por medio.
Pero resulta que ese "algo más" era la diferencia de la oferta wanderina. Mientras el colocolino abría las cortinas de su mega negocio plagado de banderines (igual que el otro no más, uno con más estrellas, claro está), "de atrás pica el indio" (paradojas del mercado) y el caturro vendía todos los días y todo el día cañas de vino a $100. Eso quería decir que si ese día no te alcanzaba para la cajita amiga, al menos tenías asegurada la "rayuela corta". Así prosperó tanto, que llegó al monopolio, y en medio de la modernidad, mantiene la venta de la caña, ya casi institucionalizada. Práctica ilegal por lo demás, pero conocida por todos y todas y probada por la mayoría de los asiduos clientes.
Extraña cosa ésto de que a ratos las botillerías son los "espacios públicos" más frecuentados en los lugares. Ofreciendo combos, variedades en toxicidad y grados etílicos. El alcohol es un potente antidepresivo, pero ahí la trampa, te acrecienta las depres con la misma rapidez con que te las "cura". Y al final el amigo de la botillería es como aquel que te vende el veneno (Como dice la letra de Nicole: "te disfrazas de lo que me hace falta"). Afuera del negocio caturro hay unos cuantos que deambulan diariamente pidiendo un par de monedas para su caña mañanera, mientras el resto compra en las panaderías, entra a un ciber o manda algo a coser, sin pescar demasiado. parecen decir "el que esté libre de pecado o nunca se haya tirado al litro que lance la primera piedra". A ratos, el hilo del abuso a la dependencia, es demasiado fino....
(*Yesenia era una teleserie ochentera de una gitana que se enamoraba de un paisano. Cuando yo estba en el colegio, si te cambiabas mucho de casa, tenías ese apodo)